lunes, 29 de enero de 2018
Cavilaciones de verano
Se ve que ya estamos en verano, por todos lados circula gente ligera de ropas, el calor nos cocina en cualquier lugar, alguna gente conocida comienza a planificar el escape de su encierro anual, algunos vecinos duermen y duermen como osos, otros simplemente beben cervezas en forma desesperada como si esto fuera la OktoberFest.
Hay colores brillantes allá afuera, y hasta los pájaros parecen felices de que amanezca sin nubarrones, me imagino que se alegran también porque el frio haya viajado lejos a atacar a otros pájaros, y en nuestro caso, dejamos atrás ese fétido olor a parafina, la hediondez de los encierros y empezamos a deshacernos de la humedad, sin duda la mortandad de hongos debe estar en cifras record.
La estación más esperada del año, la que nos revive y nos llena de sol ya ha llegado, en la piel se siente la libertad y las ganas de hacer cosas, pero aunque parezca una contradicción, también quedamos a la deriva, porque la rutina tiene una similitud con los rieles ferroviario, nos conduce en alguna dirección y reparte tareas que le da sentido diario a la existencia. Es cierto, se requiere mucho de sumisión y actitudes sociales aprendidas en pasados remotos para hacemos el día y día, y aunque a veces tenemos una que otra rebelión interna, aceptamos horarios, tareas y todas las circunstancias asociadas a la vida laboral, sabemos por sentido común que de eso depende en parte la tranquilidad mensual.
En estos cálidos días, la falta de ese arnés en que se equilibran los otros días nos deja una suerte de desconexión que permite darnos cuenta con cierta emocionalidad que estamos vivos, que tenemos tiempo para nosotros, que podemos ocupar como queramos la jornada de sol a sol, aunque limitada, por un tiempo corto nos recuerda el calendario que continua eliminando hojas, pero ya está, la jornada “te pertenece”, con el trabajo anual la has comprado, ¿no suena a una breve liberación de la esclavitud?.
Recuerdo haber visto en Internet este video https://www.youtube.com/watch?v=PCAxHWeEmEQ, y la sensación que se siente en verano es bastante similar, correr libre por el campo, sin ataduras, sin la carga pesada que se ha llevado durante el año es para saltar y saltar, pero no somos vacas, somos humanos, y los pensamientos que vienen nos hacen cuestionarnos, preguntarnos cosas aunque no tengamos respuestas y ni la menor intención de responder nada, sólo cuestionarnos.
En medio de las cavilaciones llega una invitada indeseada, la depresión, la depre, la depre que trae sus gafas grises y una camionada de cuestionamientos y reflexiones profundas porque de algún modo sentimos el paso de un año a otro, ¿vendrá el otro año igual?, ¿o peor?, ¿dónde iremos a pasar algunos días?, ¿qué buscamos realmente para dejarnos caer, o cómo podemos descansar?. No sólo las lucas y un posible endeudamiento comienzan el baile en la cabeza, también aparece con su pandero la salud, ese dolor algo complicado por aquí, esas molestias por allá, pero quien se lleva las palmas de primer solista en las cavilaciones es esa sensación que otro año se ha ido y estamos igual.
Aunque somos gregarios y tendemos a adecuarnos a esas tareas grupales, sociales y contractuales que se enfrentan durante el año, el verano nos permite visualiza cambios, planificar algunas ideas que al menos nos cambien de posición en la navegación, e intentar dirigir el barco y que los otros nos ayuden, es decir, realizar los proyectos propios y no continuar realizando los proyectos de los otros, pero en la evaluación anual mucho de nosotros concluimos que deberemos seguir en el mismo estadio anterior, quizás un poco más sabios, pero no dirigiendo el barco.
Dirigir el barco puede ser una utopía, quizás nadie lo pueda dirigir realmente y todos sin excepción somos parte de la tripulación, pero ese sentimiento es un deseo interno siempre insatisfecho, propio de nuestra humanidad, estamos hechos para dirigir nuestras vidas por lo que el panorama contrario muchas veces termina con algunos grados de depresión.
Los gurús en la materia nos dicen que no nos preocupemos, que seamos como las cañas, que nos dejemos modelar por el viento, o quizás aceptemos la idea que con nada vinimos y que nada nos llevamos, por lo tanto no conviene preocuparnos de nada, dejar que corra el tiempo y luego te irás como todos, no se vale intentar construir tu torre de marfil, de nada te servirá, otros se encargarán de derribarla.
Me cuesta pensar de esa manera, soy algo al revés, pienso que cada proyecto de vida es bueno para mí y para los otros, que cada resistencia al viento indica que estás vivo, que no eres materia inerte, y aunque posiblemente sin nada nos iremos, y aún aunque no haya aún una roca con tu nombre tallado, intentar dejar tus cavilaciones cuando el verano te acaricia la piel, es una suerte de piedra tallada.
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