miércoles, 30 de enero de 2013

¿PODEMOS CAMBIAR ESTO?





Miraba hace unos días un reportaje especial sobre “robos hormiga” y pensaba entre otras ideas, ¿podemos cambiar esto?. Personas solas o en grupo, en apariencia clientes entran en las multi-tiendas, supermercado y otras superficies comerciales e introducen entre sus ropas, o camuflan todo tipo de mercancías que retiran solapadamente pasando a formar parte de sus bienes.

Atrapado uno de los sujetos en plena “faena”, me llamó la atención las defensa argumental que este ofrecía a unos tipos más o menos corpulentos disfrazados de guardias, algo así como “ chhhh, que le ponís tanto si yo también salgo a “traaajar” igual que tuuuu”. Estas palabras definen (probablemente) en toda su falsa construcción unas ideas que vistos en un contexto de cambio social, debería ser una preocupación fundamental. El “trabajo” consiste en adquirir mercadería para la “venta”.

“Robar para vender”, esa es la relación directa, la ecuación, y si la descomponemos quitando la palabra “vender” quizás la ecuación empezaría a complicarse. Algo pasa con una parte no menor de la población nacional que no ha superado algunos lastres que encontramos descritos en la historia nacional, y que ya cumplen los dos siglos de vida en su versión nacional. Escritores de finales del siglo XVIII e inicios del siglo pasado graficaban, por ejemplo, las andanzas de asaltantes y grupos de bandoleros que azotaban grandes zonas del sur de Chile, el asalto a mano armada, el robo y el pillaje se encuentran documentadas en todo tipo de crónicas. Chile en ciertas zonas era un país peligroso y aquellos bandidos no eran Robín Hood o coleccionistas de especies, su objetivo final era transformar objetos valiosos en dinero y siempre había personas dispuesta a hacer el cambio.

La historia continúa, y hoy a pesar de colocar todo tipo de artilugios disuasivos, barreras físicas, guardias y aún con la propia defensa de las víctimas, el hurto (como en el caso de las grandes tiendas, supermercados y otros) y el robo en sus muchas formas nos acompañan en la complicada construcción de un país mejor, porque está a la vista que en muchos otros indicadores alcanzamos niveles de país desarrollado, sin embargo los números de estos indicadores direccionan la flecha del desarrollo hacia el suelo.

Quizás muchos hayan visto también reportajes en que “lanzas” chilenos que “trabajan” en el extranjero envían a sus familiares el producto de su labor en tierra lejanas, se trata de gente “responsable” que se preocupa de sus seres queridos enviando mercadería para vender y así obtener su sustento diario y quizás la educación de los niños.

Vender, este verbo a mi juicio es el centro de toda la problemática, todo robo, todo producto de una acción delictual en realidad no se hace para ser parte de una colección, o para ser entregado a las hermanitas de los pobres, se trata de obtener objetos y valores para vender y obtener dinero.

Es curioso como en esta parte de la problemática se comportan nuestros compatriotas, a veces con dolorosas experiencias de robo de sus propias especies, muchos no dudan en comprar las “oportunidades” que son ofrecidas por personas que no conocen, o quizás sí conocen, porque esa relación una vez que se inicia no se rompe, quien “vende” en realidad conoce sus clientes y sobre todo mantiene su “clientela”, se trata de personas “laboriosas” que no paran sus actividades de venta de productos y además siempre hay “novedades”.

Algunas veces tiendo a especular ¿ qué pasaría si nadie comprara esto productos hurtados o robados?, ¿qué pasaría con ciertas áreas del comercio informal bastante conocidas, especialmente en Santiago donde se reducen cientos de productos proveniente de la delincuencia nacional y que son visitadas por todos?.

El papel ciudadano es un tanto ambiguo, por un lado se sufre el día a día del hurto, del robo, del robo con fuerza como el asalto, o el vulgar “cogoteo” para quitar celulares, relojes, cadenas y hasta zapatillas, y por el otro, parte importante de la sociedad no se cuestiona de donde vienen las oportunidades que está aprovechando, se sienten fuera de la cadena delictual, es decir limpios de polvo y paja.

En mi ciudad existe un periódico que circula normalmente en que cientos de productos son ofertados todas las semanas, prácticamente para todo lo que necesite en materia de electrónica, armar casa, practicar hobbies, especies valoradas como joyas y un cuanto hay, la pregunta que surge es ¿cuánto de ellos serán producto del hurto o del robo?, nadie lo sabe, pero una buena práctica para ir cortando esta cadena sería solicitar o exigir al vendedor el original de la factura donde lo compró, o quizás otro documento que podría ser interesante, una certificación.

Comprar un producto nuevo o usado puede ser una transacción legítima, una buena oportunidad y hasta una “salvada” cuando se requiere algo que no se encuentra en el mercado formal o este tiene valores prohibitivos. Un vendedor honrado normalmente guardará las facturas de adquisición original y quizás no sea problema demostrar el origen del producto en cuestión, pero podría darse un escenario diferente cuando por descuido perdemos las boletas y facturas.

Me parece que falta “algo” que certifique la procedencia del producto, que dé cuenta de que este es producto de una compra normal, o una adquisición válida y consecuente es posible vender en el mercado ya sea por necesidad, aburrimiento o sólo por el deseo de enajenarlo. Entiendo que algunas joyerías son fiscalizadas en este aspecto, pero ¿quién podría fiscalizar los cientos de vendedores que ofertan en el periódico de marras?.

Cambiar de chip interno respecto a este asunto podría hacer de este un país sensacional, quizás bajo el foco de los argumentos que expongo la mejor estrategia no esté en combatir frontalmente la delincuencia que se dedica al robo de especies, sino evitar que esta tenga mercado.

Mi visión sobre este asunto es que la delincuencia es un síntoma, la enfermedad, que parece seria, está radicada en cierta costumbre social que posibilita, o entrega licencia para adquirir productos sin preguntar de donde provienen, y por lo tanto no preocupa en lo más mínimo si quien vende tiene las certificaciones que lo acreditan como legitimo dueño.

Quizás el llamado sea entonces a todos mis compatriotas, o al menos a las víctimas que han sufrido robos de sus especies, que eviten que otra cadena de eventos se cierre y por lo tanto no compren productos robados, y aún más, que se lo transmitan a sus hijos.

Y.. ¿ el Estado?, al Estado le pediría que aumente las penas para quien compra o reduce productos robados al máximo, pero que al mismo tiempo genere los mecanismos para certificar especies legalmente adquiridas cuando se han perdidos las boletas y facturas.