viernes, 30 de marzo de 2018

No tengo porque estar de acuerdo con lo que …


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Un destacado deportista nacional dijo alguna vez una sentencia para el bronce: “No tengo porque estar de acuerdo con lo que pienso”, parece a primera vista una equivocación, una idiotez, pero el caso es que al parecer esto puede ser cierto.

Tal vez lo que pasó en ese caso, es que fue una declaración conjunta, dos opiniones mentales en oposición se hicieron presentes, cada una dejó muy en claro que no estaba de acuerdo con la otra, y aunque es algo extraordinario, quizás sea un momento de lucidez.

Pensar algo es un asunto interno, ocurre en los vericuetos del cerebro, allí en lo más profundo de nuestros procesos mentales nacen los pensamientos y si no son expuesto de alguna manera hacia “afuera”, ahí se quedan, no es posible conocer el pensamiento de los otros a menos que lo expongan, ahora sí ocurre en esa exposición un “no estoy de acuerdo”, podría significar, si no estamos enloqueciendo al analizar la sentencia ni hemos fumado nada, que hay otra parte del pensamiento que levanta otro discurso en oposición, porque al final del día todo ocurre allí adentro, tiene la apariencia de una doble personalidad, y pienso que eso es lo que es, una doble personalidad.

“Vicios privados, públicas virtudes” es una película dirigida por Miklós Jancsó del año 1976, y esa idea es al parecer la resultante de este conflicto mental, una fachada hacia afuera, una que tiene mejor "performance" y "look", y otra realidad hacia adentro, lamentablemente por la evidencia que conocemos todos los días, esto resulta en una práctica rutinaria en muchos círculos sean estos importantes o no, en muchos contextos los discursos y cierta tendencia a pontificar se estrella luego con la evidencia de lo que conocemos , y que fue oculto por un tiempo.

Hace algunos días cayó otro gobernante latinoamericano que prometía una lucha frontal contra la corrupción, su discurso, esa parte de su pensamiento expuesto a todos era un noble pensamiento, pero en su mente surgió esa otra parte que no estaba de acuerdo con él, y sí, como en estos casos de oposición, estaba dispuesta a jugar el sucio juego de la corrupción.

Se ha visto a lo largo de los años que personas cuyo discurso en el púlpito era de respeto a la inocencia, de fuertes valores y de un dominio férreo de sus instintos animales - algo que suena un poco extraterrestre - pero que además mostraban una cálida protección y cuidado con los que de ellos dependían, pero tenían un oponente formidable en sus mentes, esa contraparte que no estaba de acuerdo se levantaba como una bestia furiosa y estaba ganando la controversia, en muchos casos hacía años, llevando finalmente a convertir ese desacuerdo en un asunto triste, bizarro.
¿Cuántas veces no estoy de acuerdo con lo que pienso?, preguntarse eso podría ser un síntoma severo que nos coloca de candidatos a una lobotomía, pero pienso que si ocurre hay que hacer urgente un proceso de sincronización, hay que intentar hacer vibrar la masa pensante en un mismo rango de frecuencia.

Cuando lo vemos de esta manera se puede entender muchos comportamientos del entorno, y que le ocurren a cualquier hijo de vecino como algo cotidiano y normal, gente que en un primer momento nos trata con una calidez tan grande que pensamos estar muy acogidos, muy a gusto, para luego ver cómo nos ignoran, no nos conocen, no ponen una pared de hielo, sin ser una eminencia en procesos mentales se puede evidencia al menos que en sus cerebros ganó el pensamiento que nunca nos quiso, aquel pensamiento que le importamos un carajo, ese jugador fue más hábil que el otro que sí nos tenía estima, es cruel, pero al parecer es así.

Quizás haya que reivindicar a aquel deportista nacional a quien han lapidado por sus dichos, en la reflexión se puede constatar que son muchas las circunstancias y situaciones en que se descubre que se hace algo contrario a lo que se piensa, no hay sincronía, esta se pierde por alguna razón que tendrá que ver cada uno, así las cosas, este es un texto para pensarlo y defenderlo de ese otro yo… que es muy hábil y le gusta ganar.

miércoles, 7 de marzo de 2018

¿Encasillado…yo?...


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A veces tengo la sensación que estoy conversando con ...¿un intolerante?, el dialogo se vuelve algo áspero, tenso y parece imposible salir de cierto pantano en que nos hemos metido, y aunque trato de aplicar buena onda, o al menos no alzar la voz, me doy cuenta que se nos sube la temperatura, en palabras de Juan Luis Guerra y los 440, se nos sube la “ bilirrubina”, pienso entonces que ello ocurre porque tal vez me han “encasillado”, así las cosas, también me cuestiono si la intolerancia es un fenómeno que viene desde allá hacia acá, o también va desde acá hacia allá.

“Intolerancia” implica dureza, rigidez para mantener ideas fijas , absolutas e inquebrantables sobre una situación en particular, la intolerancia se nos presenta en muchos escenarios y es causa de conflictos , algunas veces actuamos con inteligencia, asertividad y hasta somos afectivos para expresar nuestra contradicción, nuestra visión en contrario, pero a veces actuamos como animales y embestimos a otros sin la más mínima reflexión. Me parece muy claro que en el proceso mental que nos prepara para el ataque nos “formamos una opinión” de fulanito, lo “encasillamos” (¿y etiquetamos?), porque podemos ser tolerantes en muchos temas y no pasa nada, pero podemos ser muy intolerantes en otros y si, en ese caso pasan cosas.

Pienso sobre esto, y puedo estar equivocado que no somos seres planos ni en lo emocional, ni en lo valórico, ni en los afectos, no nos manejamos en piloto automático, siempre la acción y la reacción es en “caliente”, al fin de cuenta somos humanos, nos equivocamos, pero también podemos reconocer errores, entender la posición del otro… si quisiéramos.

Desde mi óptica, señalar una actitud intolerante es muchas veces necesario, salva en situaciones de abuso y quizás de las otras lacras que le siguen, y desde esa misma óptica, enfrentarla implica un trabajo de fineza intelectual, de argumentación y también de tacto, pero acusar o juzgar a otro de intolerante es un “loop” que no se acaba, es de sentido común que quien acusa de intolerante a otro, es porque es incapaz de tolerar la opinión de ese otro, es un intolerante, a su vez el acusado normalmente es también otro intolerante, lo dijo en el siglo pasado el filosofo español Jaime Balmes “ No es tolerante quien no tolera la intolerancia.”, pero también hay que tener cuidado, conocida nuestra tolerancia - aquella que alcanzamos o tratamos de alcanzar con bastante esfuerzo, educación y hasta por experiencias propias- algunas manos oscuras pueden aprovecharse de ella, de “nuestra nobleza” y usarnos para sus fines, feo decirlo, pero es otro riesgo en este mundillo complejo y llenos trampas en que nos movemos.

Lo que ha ocurrido con el paso del tiempo, al menos en occidente o en la parte que nos toca, es que hay quienes han aprendido a disimular la intolerancia, aunque es seguro que hay muchos otros más avanzados que han logrado controlarla, y quizás hasta haya algunos ascendidos que la han eliminado por completo, que han sido iluminados o es lo que creen, pienso que ello ha ocurrido en parte por temor a la sanción social, a la educación, a la cultura, a las búsquedas existenciales, o incluso a las leyes contra la intolerancia - que a mí me parecen más bien leyes mordaza, pero ese es otro cuento- y probablemente también porque hemos visto los resultado a que esta lleva cuando se deja suelta, sin bozal y sin cordel, la intolerancia mata.

Continuando la reflexión sobre este tema, pienso que es muy difícil mantener el equilibrio entre el derecho que todos tenemos a opinar y la presencia omnipresente de la intolerancia, si alguien se atreve a opinar y lo hace desde su sincera reflexión y no para la galería, siempre puede ser acusado de intolerante sobre ciertos tópicos, ser “encasillado”, sobre todo si toma partido por algo, así las cosas, siempre hay que ver el cuadro completo, a veces se escuchan personalidades de la política nacional dando clases magistrales sobre la tolerancia, sobre el espíritu tolerante, para luego caer en la descalificación brutal de un rival político, o ironizando con caricaturas llenas de prejuicios una situación que enfrenta a sus ideas, a su esquema de mundo, me parece sobre esto que la intolerancia a las ideas o ideales políticos debe ser la reina madre de todas las intolerancias, entonces nos podríamos preguntar ¿ en ese ambiente, donde todos están “encasillados” -porque ese es el “divertimento” rutinario- hay algún discurso sincero en contra de la intolerancia?.

Cuando el fenómeno de la intolerancia colectiva estalla tenemos problemas serios, cada quien se cree con el favor del cielo para terminar de una buena vez con los que han sido “encasillados”, con aquellos que nuestra intolerancia ha “marcado”, ¿qué podemos hacer entonces?, antes que nos sumemos a las hordas de energúmenos vociferantes y nos revelemos como engendros peligrosos, mutantes producto de la intolerancia, quizás conviene poner en práctica lo que los sabios siempre han recomendado, mantener la calma, “take it easy” , bajar el volumen de quienes son más intolerante que nosotros, controlar su voz en nuestra cabeza, o al menos no escucharlos, luego, pienso que hace bien respirar profundo y analizar datos.

Estimo que mucha de la intolerancia nace desde la realidad tergiversada, o algo más propio de nuestros tiempos y que se conoce como “realidad aumentada”, un concepto que nos muestra la realidad a través de dispositivos tecnológicos y no de nuestras propias experiencias sensoriales, del “face to face”, por el contrario, lo que actualmente pasa en las sociedades humanas se parece mucho a los antiguos aparatos propagandísticos de los “ismos” totalitarios, se nos muestran unas porciones de la realidad envasada y cargada de intencionalidad para que reaccionemos y “encasillemos” a fulanito, a un colectivo, a un pueblo, a una etnia, etc., suena a manejo de comando político, pero así es.

Finalmente, y recordando a un estimado Gurú de Internet, pienso que detrás de toda intolerancia está siempre el EGO, ese enano que nos comanda la cabeza y va dirigiendo nuestro actuar en modo “malvado”, así nos aleja de la ética, la moralidad, del verdadero humanismo y hasta de la sacralidad a que somos llamados, para conducirnos en cambio a la satisfacción de los instintos, normalmente los “bajos instintos”.