miércoles, 7 de marzo de 2018

¿Encasillado…yo?...


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A veces tengo la sensación que estoy conversando con ...¿un intolerante?, el dialogo se vuelve algo áspero, tenso y parece imposible salir de cierto pantano en que nos hemos metido, y aunque trato de aplicar buena onda, o al menos no alzar la voz, me doy cuenta que se nos sube la temperatura, en palabras de Juan Luis Guerra y los 440, se nos sube la “ bilirrubina”, pienso entonces que ello ocurre porque tal vez me han “encasillado”, así las cosas, también me cuestiono si la intolerancia es un fenómeno que viene desde allá hacia acá, o también va desde acá hacia allá.

“Intolerancia” implica dureza, rigidez para mantener ideas fijas , absolutas e inquebrantables sobre una situación en particular, la intolerancia se nos presenta en muchos escenarios y es causa de conflictos , algunas veces actuamos con inteligencia, asertividad y hasta somos afectivos para expresar nuestra contradicción, nuestra visión en contrario, pero a veces actuamos como animales y embestimos a otros sin la más mínima reflexión. Me parece muy claro que en el proceso mental que nos prepara para el ataque nos “formamos una opinión” de fulanito, lo “encasillamos” (¿y etiquetamos?), porque podemos ser tolerantes en muchos temas y no pasa nada, pero podemos ser muy intolerantes en otros y si, en ese caso pasan cosas.

Pienso sobre esto, y puedo estar equivocado que no somos seres planos ni en lo emocional, ni en lo valórico, ni en los afectos, no nos manejamos en piloto automático, siempre la acción y la reacción es en “caliente”, al fin de cuenta somos humanos, nos equivocamos, pero también podemos reconocer errores, entender la posición del otro… si quisiéramos.

Desde mi óptica, señalar una actitud intolerante es muchas veces necesario, salva en situaciones de abuso y quizás de las otras lacras que le siguen, y desde esa misma óptica, enfrentarla implica un trabajo de fineza intelectual, de argumentación y también de tacto, pero acusar o juzgar a otro de intolerante es un “loop” que no se acaba, es de sentido común que quien acusa de intolerante a otro, es porque es incapaz de tolerar la opinión de ese otro, es un intolerante, a su vez el acusado normalmente es también otro intolerante, lo dijo en el siglo pasado el filosofo español Jaime Balmes “ No es tolerante quien no tolera la intolerancia.”, pero también hay que tener cuidado, conocida nuestra tolerancia - aquella que alcanzamos o tratamos de alcanzar con bastante esfuerzo, educación y hasta por experiencias propias- algunas manos oscuras pueden aprovecharse de ella, de “nuestra nobleza” y usarnos para sus fines, feo decirlo, pero es otro riesgo en este mundillo complejo y llenos trampas en que nos movemos.

Lo que ha ocurrido con el paso del tiempo, al menos en occidente o en la parte que nos toca, es que hay quienes han aprendido a disimular la intolerancia, aunque es seguro que hay muchos otros más avanzados que han logrado controlarla, y quizás hasta haya algunos ascendidos que la han eliminado por completo, que han sido iluminados o es lo que creen, pienso que ello ha ocurrido en parte por temor a la sanción social, a la educación, a la cultura, a las búsquedas existenciales, o incluso a las leyes contra la intolerancia - que a mí me parecen más bien leyes mordaza, pero ese es otro cuento- y probablemente también porque hemos visto los resultado a que esta lleva cuando se deja suelta, sin bozal y sin cordel, la intolerancia mata.

Continuando la reflexión sobre este tema, pienso que es muy difícil mantener el equilibrio entre el derecho que todos tenemos a opinar y la presencia omnipresente de la intolerancia, si alguien se atreve a opinar y lo hace desde su sincera reflexión y no para la galería, siempre puede ser acusado de intolerante sobre ciertos tópicos, ser “encasillado”, sobre todo si toma partido por algo, así las cosas, siempre hay que ver el cuadro completo, a veces se escuchan personalidades de la política nacional dando clases magistrales sobre la tolerancia, sobre el espíritu tolerante, para luego caer en la descalificación brutal de un rival político, o ironizando con caricaturas llenas de prejuicios una situación que enfrenta a sus ideas, a su esquema de mundo, me parece sobre esto que la intolerancia a las ideas o ideales políticos debe ser la reina madre de todas las intolerancias, entonces nos podríamos preguntar ¿ en ese ambiente, donde todos están “encasillados” -porque ese es el “divertimento” rutinario- hay algún discurso sincero en contra de la intolerancia?.

Cuando el fenómeno de la intolerancia colectiva estalla tenemos problemas serios, cada quien se cree con el favor del cielo para terminar de una buena vez con los que han sido “encasillados”, con aquellos que nuestra intolerancia ha “marcado”, ¿qué podemos hacer entonces?, antes que nos sumemos a las hordas de energúmenos vociferantes y nos revelemos como engendros peligrosos, mutantes producto de la intolerancia, quizás conviene poner en práctica lo que los sabios siempre han recomendado, mantener la calma, “take it easy” , bajar el volumen de quienes son más intolerante que nosotros, controlar su voz en nuestra cabeza, o al menos no escucharlos, luego, pienso que hace bien respirar profundo y analizar datos.

Estimo que mucha de la intolerancia nace desde la realidad tergiversada, o algo más propio de nuestros tiempos y que se conoce como “realidad aumentada”, un concepto que nos muestra la realidad a través de dispositivos tecnológicos y no de nuestras propias experiencias sensoriales, del “face to face”, por el contrario, lo que actualmente pasa en las sociedades humanas se parece mucho a los antiguos aparatos propagandísticos de los “ismos” totalitarios, se nos muestran unas porciones de la realidad envasada y cargada de intencionalidad para que reaccionemos y “encasillemos” a fulanito, a un colectivo, a un pueblo, a una etnia, etc., suena a manejo de comando político, pero así es.

Finalmente, y recordando a un estimado Gurú de Internet, pienso que detrás de toda intolerancia está siempre el EGO, ese enano que nos comanda la cabeza y va dirigiendo nuestro actuar en modo “malvado”, así nos aleja de la ética, la moralidad, del verdadero humanismo y hasta de la sacralidad a que somos llamados, para conducirnos en cambio a la satisfacción de los instintos, normalmente los “bajos instintos”.


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