lunes, 15 de febrero de 2021

La nave












Imagen desde www.ivoox.com

El año 2009 una persona que descendía en “rafting “en un lugar cerca de Pucón  murió ahogada al volcarse la balsa y quedar atrapada en el fondo del rio, probablemente antes de tomar el descenso “ evaluó los riesgos “ y tomó la decisión que también tomaron los otros compañeros de aventura, pero ¿qué elementos de juicio tenía para evaluar el riesgo antes de subirse a la balsa?.

A fines del año pasado en Penco,  en la región del Bio Bio un hombre de 45 años murió al caer desde un Canopi,  quería desplazarse colgado  a un cable desde un punto alto a uno más bajo a alta velocidad. La  persona en cuestión quería tener una experiencia nueva y   seguramente “evaluó los riesgos”,   y tal como ocurre en muchísimos otros casos, evaluó mal. Entonces queda en el aire la pregunta,  ¿evaluamos realmente un decisión considerando los riesgos?.  

En el primer caso probablemente el riesgo se asumió en forma colectiva y en el segundo caso fue un decisión individual,  en estos casos el riesgo era evidente, pero hay muchos escenarios en que los ciudadanos  piensan que los riesgos los enfrentamos solo cuando se nos dice  que hay riesgos, creo que debemos tener cuidado,  me parece que lo que sucede no es tal, el riesgo está en todos lados,  pero además y esto es lo complicado, somos pésimos para evaluarlo.

Estimo desde mi reflexión que pensamos como entes racionales  que evaluamos  riesgos versus beneficios, y también pensamos que lo hacemos colocando riesgos y beneficios en una balanza, lo cual es un grandísimo error,   no tenemos ninguna posibilidad de hacer una buena evaluación, en principio porque no tenemos ni idea de cuál es la relación ¿50/50?, ¿60/40?, ¿99,999/ 0,001?, luego porque  la computadora natural que tenemos a bordo y sobre los hombros  nunca es tan confiable,  y esto se complica aún más porque  no tenemos idea de cuanta  información fundamental  debemos conocer, pero lo que es más grave,  es que somos influenciables, otros influyen en nosotros de manera concluyente, nos dicen al oído donde hay riesgos y donde no lo hay.

El caso es que en la generalidad cada vez que tomamos una decisión estamos también evaluando riesgos, cada decisión lleva implícito una situación de riesgo que en algunos casos es más evidente que en otros, el problema es que vemos las alternativas en la decisión, el camino A o el camino B , y quizás un C o un D,  pero no vemos el riesgo que nuestra opción implica, en síntesis somos malos para evaluar el riesgo porque no conocemos la máxima “tomar una decisión es asumir riesgos”, y este, el riesgo,  esta camuflado o tiene múltiples formas de manifestarse, se nos escapan las variables y no lo vemos.

Intentemos ahora  trasladar estas ideas - las decisiones y el riesgo implicado-    a nuestra convivencia social, a nuestra sociedad  y llevar el tema a las decisiones que debemos tomar obligados cada cierto tiempo por las exigencias de nuestra democracia.  Dejando en un apartado a aquellos que ya eligieron sus paraísos y como robot van a votar ciegamente, al resto se  nos presentan proyectos que están ahí, en panfletos,  en carteles o el documentos que nadie lee, pero existen, y en ellos se  nos muestran situaciones posibles, imposibles o utópicas para que elijamos,  o eso es lo que creemos, en realidad lo que no estamos haciendo es evaluando los riesgos que estos procesos implican. Veamos esto en una representación para no calentar ánimos ni caer en una  olla de grillos, escorpiones y otros bichos.

En una nación vamos todos embarcados, navegando, esperamos que con alguna carta de navegación hacia un destino que podemos llamarlo desarrollo, o mejor aún,  un estadio de bienestar  superior lleno de las metas y deseos que cada uno de nosotros tenemos en la cabeza. El problema es que la nave es inestable, el océano está lleno de sorpresas, hay monstruos marinos, los vientos arrecian y de vez en cuando tenemos tormenta, pero  son los gajes del oficio, de todas maneras navegamos, no tenemos alternativa y  mientras estamos vivos somos miembros activos de la tripulación y una vez que fallecemos nos tiran al mar.

En nuestro viaje, cada cierto tiempo somos llamados a reubicarnos en la nave, y es lógico que esto suceda, hay que ventilar los lugares, limpiar el moho, baldear las superficies y evaluar las reservas y como estamos navegando,  lo que significa cambiar las responsabilidades porque esta es una nave especial que inventaron los griegos que parece que eran bastante listos en muchos asuntos,  por ello se reemplaza el capitán y parte de la oficialidad a los cuales se les entregan las medallas y otros beneficios que pueden ser en algunos casos  muy suculentos  por los servicios prestados, el problema es que se nos pregunta a nosotros, los que estamos acá abajo y sin visión del horizonte, sin idea dónde estamos y sin conocer el pasado ni las taras de la nueva  oficialidad para que elijamos, nos piden que evaluemos muchas variables,  pero además debemos suponer con ello donde ubicarnos porque hay que equilibrar el peso, elegir en este caso es una tarea saludable, el problema que haciendo la pega nos enfermamos.

Haciendo caso a uno y a otros que dicen saber, pero además muy influenciados por los cantos de sirena que aparecen por todas partes nos vamos a babor o estribor,   por ello la nave se zarandea,  en algunos momentos nos vamos todos hacia un lado y la nave comienza a volcarse y  a entrar agua, alguno más testarudos se quedan en su lugar sin colaborar a equilibrar la situación y peligramos todos con ahogarnos.

Lo justo sería que todos subiéramos al puesto de mando y ver el horizonte, conocer cómo está el barco y sobre todo conocer si hay o no carta de navegación antes de pedirnos que evaluemos este o aquel proyecto,  y si este o ese será una buena guía en el puesto de mando y a los oficiales cargo de los controles,  es una decisión complicada  y no tenemos la menor idea que puede ir mal o hasta cuan mal podemos ir ( los porcentajes recomendados -¿cuáles son) , así las cosas, nuestra evaluación del riesgo no sólo puede estar muy equivocada,  porque  a pesar que  decimos lo contrario,  elegimos por  ondas de influencias, o sea inspirado por  los sonidos en el aire, por el cantar de las sirenas.

Para complicar las cosas,   hay piratas afuera y dentro de la nave, escasez,  enfermos y hasta suicidas, estos últimos son los más peligrosos porque si no se detectan a tiempo ocupan sus horas en hacer forado en el casco, e intentan que nos hundamos  con todo, quieren alimentar los peces.

Hoy siento que como tripulación estamos mal parados para evaluar  los riesgos, hay mucho ruido y cantos de sirena en el ambiente, estamos apestados con un virus que nos visita y  hay una profunda grieta en las relaciones de la tripulación, siento que estamos moviendo mucho la nave, de hecho la gente está tomando posiciones algo peligrosa dentro de los equilibrios recomendados, quizás muchos se están colocando en la cola, o tal vez en uno de los lados, la nave se ve extraordinariamente inestable.

A mí no me pidan evaluar los riesgos implícitos, no tengo idea, solo veo que esto no se ve nada bien y no tengo información real, sólo me llegan cuentos y más cuentos, cantos de sirena y una que otra visión apocalíptica,  percibo además que los piratas están haciendo su pega, podrían llevarnos a  algún lugar donde nos desvalijaran.

Pienso que como hijo de vecino  nuestra incapacidad para evaluar riesgos es crónicamente mala, en el juego de esta ruleta  podríamos  optar por el mal mayor sin sospecharlo. Por lo tanto hay que esperar que la nave resista, que quienes estén al mando no sean los piratas, que los suicidas en la nave repiensen sus ideas y si lo desean que salten por la borda pero solos,  y los movimientos de las continuas fuerzas externas, tempestades, oleajes y hasta cambios de timón nos reacomoden naturalmente para llegar a un sano equilibrio interior, y finalmente esperar un navegar tranquilo y  no  naufragar en estos tiempos tan difíciles.

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