martes, 10 de julio de 2018

Cuento de amor y odio con Pescado Frito




Imagen desde http://www.foodgroup.cl

Vivimos en un mundo de comerciantes, desde el negocio de la esquina hasta las grandes potencias mundiales todo el mundo es comerciante, a veces me parece que todo lo que veo y que ha sido realizado por el hombre ha pasado por una vitrina de comercio, y desde allí hasta donde se encuentra, una calle, una ventana, un edificio, los cables por allá arriba, los ductos de allá abajo, la luminarias, mis calzoncillos, todo, además de aquello que tenemos o que aspiramos a tener, todo ha sido manejado por el comercio, el comercio lo domina todo.

El caso es que uno de esos comerciantes, me vendió un producto que le vendió otro comerciante que a su vez le compró el producto a otro comerciante, quien presumiblemente se lo compró a un pescador, el producto era bueno, era un pescado congelado en un envase plástico de color rojo, lo compré una vez, y otra y otra, me gustó, bastante bueno.

Por esas cosas que damos por hecho, nunca se me ocurrió ver desde donde provenía el producto en cuestión, el pescado, total no es necesario saberlo, como chileno lo asumimos como cosa sabida porque tenemos una gran costa marítima, una flotilla pesquera grande, muchas factorías y productores, por lo tanto daba por sentado que el producto originalmente debía ser nacional, chileno de tomo y lomo, algo nuestro.

Pero el comercio nos sorprende, y mirando por aquí y por allá, en medio de tanto producto que tenemos disponible para celebrar el bendito acto de comer, ese deseo a veces sibarita a veces simplemente rutinario que nunca, nunca está satisfecho, encontré un día, … ¡otra oferta de pescado congelado!, ahora en envase azul, aparentemente con las mismas características de mi acostumbrado producto anterior, entonces…a comprar se ha dicho, tres, no mejor cuatro…bolsas de pescado pasaron por la caja de aquel comercio de grandes superficies.

Aaaahhhhh…, el fin de semana, no puede faltar el vino blanco en la mesa, vino de calidad, nuestro, dicen que somos los mejores del mundo en esto de fabricar vinos y buenos comerciantes también, quien busque vino chileno en la parte más lejana del mundo lo encontrará. ¡Si señores! , vino en mi mesa para acompañar el pescado frito el fin de semana, un ritual.

Todo dispuesto en la mesa como debe ser, y el pescado frito de rigor que llega para emocionarnos, para disfrutarlo, las papilas gustativas están de fiesta …pero entonces algo pasa, algo inesperado, un filete medio podrido, de mal gusto, ¡puff!, pésimo en medio del banquete. Luego de un rato de intercambio de opiniones y reflexiones de mesa, “al mal tiempo buena cara” dice el dicho, el resto de los filetes estaba bien.

Otro fin de semana, segundo paquete congelado, todo preparado, el vino, las copas y…el pescado frito después de una corta espera arriba a la mesa, y entonces sucede nuevamente… un filete podrido, mismo truco, nos sacamos la lotería, un filete podrido en medio de los otros filetes en buen estado, la misma situación nos ha ocurrido con dos paquetes del mismo productor y comprados al mismo comerciante. La rabia acompañada de vino blanco hace que surjan reacciones espontáneas, envalentonadas, e instintivamente nos preparamos para devolver el golpe, hay que llevar el pescado restante, las bolsas sin consumir y pedir la devolución del dinero, ¡… y no olvidar!, llevar una muestra de pescado podrido en un pote plástico, allí irá ese “presente” junto a la rabia rumbo al lugar de la compra, tendrán la evidencia y quizás con un poco de suerte ese reclamo seguirá subiendo y “good bye” al inspector de turno (si es que hubo uno, quizás estuvo mirando un partido de futbol, chateando o simplemente fue al baño).

Entonces comienza la locura, ¡la boleta!, ¿dónde está la maldita boleta?, ¿dónde?, después de una frenética búsqueda concluimos que la boleta se fue a la “ twilight zone” y nunca más apareció por esta realidad, así, vanos fueron nuestros intentos por lograr la devolución del dinero, no hay evidencia de la compra a pesar de la presencia del logo impreso en los productos, no hay evidencia, no hay devolución, pura mala suerte con este producto, por lo tanto el sentido común nos dice que nos alejemos de él para siempre, “hasta la vista amigo” le digo al estilo Schwarzenegger , aunque haya sido pura mala suerte nuestra y la conjunción de muchas circunstancias, no más contacto.

Y así paso el tiempo, la sensación de comer aquel buen pescado frito el fin de semana se fijó en la mente con la de aquel pescado podrido, juntos y revueltos, por lo tanto la rutina fue comprar pescado “fresco” en las pescaderías donde un “casero” o una “casera”, se trata de jugar a la ruleta rusa, varias veces llegamos con productos igual o peor de podridos, no hay control de calidad, quizás habrá inspección algún día del año, no lo sabemos, entendemos que en ese nivel esto es comercio no buenas acciones para ganarse el cielo, y con el agravante que hay que terminar de limpiarlo, sacarle las escamas, la cola, restos…¡ajjj…!, se redujo el consumo de pescado frito el fin de semana.

Un día, mirando por ahí, en los pasillos de congelados aparece otra tentadora oferta, este otro comerciante presenta su producto en celeste, no lo conocemos, no sabemos cómo es este producto aunque su marca nos es conocida, impregnada de recelo surge una vocecilla que dice –¡…no compres!- , pero otra voz, la optimista de siempre dice ¡prueba!, ¡la oferta es buena!. Optamos por comprar, comprar un paquete, sólo uno,…. probemos, probemos, a la mesa…y un ¡ajjj… ¡ , un filete podrido, ¿cómo diablos tanta mala suerte?, un filete malo entre los buenos, ¿por qué a mí?, ¿seré muy pecador?, ¿mi karma?, no lo sé. Aunque este último estaba bastante más pasado en general, pensé por un momento, probablemente allí está la causa de la oferta de estos comerciantes ¡liquidar, liquidar que el producto se va a………., ¡, ¡aaahhh el comercio y sus movimientos!.

Y así pasó el tiempo, como en los cuentos, los días fueron semanas, las semanas fueron meses, un buen día encontré nuevamente el buen pescado congelado del envase rojo, allí estaba muy tranquilo esperando en su vitrina refrigerada, como dice Serrat, “… con la mirada lejana y roja
que sonreía en un escaparate … con la boquita menuda y granate…” , una avalancha de buenos recuerdos se vinieron a la mente, y con ellos los fines de semana que pasamos juntos, acompañados del buen vino, lo compré y bien, bien, bueno.

Finalmente, como para saber quién era capaz de venderme un pescado congelado pero en buen estado, que comerciante de buena tela era este, mire, vi los rótulos, entonces me doy cuenta que era extranjero, aquel pescado que pensé tan nacional, tan nuestro, y por quien hubiera apostado, era comercio extranjero,¡ ahhhh el comercio…!.


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