domingo, 20 de mayo de 2018

Autoridad, ¿podemos vivir sin ella?



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A propósito de la reciente llamada a Roma de la totalidad de los líderes del clero chileno para abordar conocidos problemas relacionados con abusos y encubrimientos, una pregunta relacionada con el ejercicio de la autoridad surge en medio de la reflexión sobre el caso, ¿autoridad, podemos vivir sin ella?.

Posterior a la reunión con el “jefe”, la reacción de varios clérigos de alto rango fue bastante conciliadora, y en algunos casos me pareció que el llamado de atención pudo haber afectado el pensamiento y las convicciones personales de manera angular de parte del clero, o quizás se manejaban respuestas pulidas, trabajadas y destinadas al grueso de la población, no lo sé.

Sin perjuicio que todo esto estuvo muy publicitado, quedó en el aire que la autoridad en esa organización religiosa aún tiene las riendas del poder, y aunque muchos no concuerden con el tipo de gestión que está llevando a cabo, sienten en sus fueros que hay una autoridad a quien respetar y esta por sobre ellos.

Respecto a este tema, desde que tengo recuerdos la autoridad esta siempre en tela de juicio, en mi caso, que me declaro republicano y demócrata la autoridad es relativa, por lo tanto, en los temas estrictamente públicos o donde esa autoridad sea generada por voto popular, creo en la necesidad de una autoridad temporal que tome decisiones adecuadas en beneficio de todos, pero no a costa de su beneficio personal, aunque reconozco que esa premisa puede ser una ilusión.

Por otra parte, es fácil constatar que una vez que la autoridad se constituye, en muchas personas se crea una especie de anticuerpos contra ella, es algo inmediato y quizás en la mayoría de los casos opere el EGO y la envidia, lo cierto es que el cuestionamiento a los méritos o a la compañía (“amiguitis”) que fulanito arrastra hasta el poder genera escozor, produce algo de acidez.

Pero desde otro enfoque, desde la mirada fría de la organización, es de simple lógica que se requiere siempre una cabeza que la dirija, que la oriente y maneje los esfuerzos colectivos internos e intente alcanzar objetivos, objetivos que deben ser claros y de beneficio para todos quienes participan en la organización y no para algunos, es decir, sin cabeza o con una multiplicidad de estas como muchos anarquistas postulan, al parecer ningún organismo funciona, solo se consigue una masa desorganizada generando a ciegas entropía y caos.

La autoridad es necesaria, el problema es que la autoridad que generamos no es más que una investidura de uno de nosotros, por lo tanto él o ella pueden alcanzar indicadores de ética, moralidad e intenciones normalitos , hacia el lado positivo o el lado negativo de la fuerza, son unos mortales más, no unos extraterrestres ni un hijo/a de los dioses, todo el mundo sabe eso y consecuentemente en su mente se proyecta al ¿cómo lo haría yo?.

Pienso que la soledad del poder debe ser terrible, cada sujeto investido debe ver en su entorno un “ Brutus” que espera la ocasión para apuñalarlo por la espalda, o imagina en sus sueños de alguien viene a envenenar el pollo del almuerzo, sin dudas debe haber un estado de intranquilidad permanente, es quizás por eso que algunas personas cambian tanto, se alejan de lo que eran para transformarse en personas lejanas, estereotipadas y en mi percepción de las cosas, ajenas a la realidad, porque rápidamente gestionan una especie de globo que los/las protege, pero al mismo tiempo los/las aísla.

Por otra parte, quienes se acercan a colaborar en el entorno inmediato, en el “círculo de hierro”, también pueden verse transmutados, las personas cercanas al poder también sufren cambios, siendo en casos extremos verdaderas cofradías protectoras en contra de todo agente externo, tienden a formar entre ellos unas barreras de rechazo en contra de las fuerzas del equilibrio del poder, de las contrapartes fiscalizadoras, aquellos que tienen la misión de velar que este “no se escape con los tarros” , a mi juicio tan vitales como el poder mismo.

La historia de la humanidad está llena, repleta de estos casos, y además de intrigas y todo tipo de planificación para sostenerse en el poder, para no perderlo, para controlarlo todo. Pero nuevamente, sin poder, sin autoridad, el caos está servido, y cuando ocurre el llamado “vacío de poder” , este tiende a llenarse de todo tipo de sujetos de la peor calaña y sedientos de poder, en esos casos, “todos se escapan con los tarros” y la vida misma es una ruleta rusa.

¿Autoridad, podemos vivir sin ella?, pienso que no, aún con todo lo que sabemos o podemos intuir sobre ella, estamos condenados, debemos aceptar el hecho que alguien debe dirigirnos y encabezar la organización en que nos encontremos, el desafío es apoyar a las personas correctas, y eso implica conocerlas, un ejercicio que cuando son contextos masivos es muy difícil, pero aún cuando la conozcamos, no podemos evitar que esta cambie, por ello debemos siempre procurar la existencia de la fiscalización y la revocatoria de la autoridad cuando esta decididamente se “arrancó con los tarros”.

Al finalizar, la situación que presenciamos respecto al clero chileno mostró el ejercicio de la autoridad, y lo que ocurrió al ejercer medidas disciplinarias correcta o incorrecta sobre unos asuntos que le competen, hizo que la organización se sacuda y se replanteen maneras de actuar, pero sobre todo, el ejercicio de la autoridad nos demostró a todos que siempre debe haber alguien quien manda y otros que obedezcan.



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